Aung San Suu Kyi, el Papa y los Rohingya.
La visita del Papa a Myanmar (antigua Birmania) ha vuelto a poner en la opinión pública la tragedia de los Rohingya y el papel de la premio Nóbel de la Paz Aung San Suu Kyi, que actualmente un puesto de gran responsabilidad en la reciente democracia del país. Mi primera impresión, al saber de su silencio ante la limpieza étnica y la persecución que el gobierno de Myanmar hace esta minoría étnica musulmana y apátrida, fue de profunda decepción e incomprensión. ¿Cómo podía una mujer tan valiente y defensora de los derechos humanos tener una actitud cómplice semejante? Hay una contradicción evidente entre la lucha noviolenta y lo que está amparando hoy. Podríamos decir que la noviolencia no inspira su acción en esta fase de su vida.
Por un lado caigo en la cuenta de que tendemos a idealizar a las personas, especialmente a los referentes de la noviolencia. Sin poder saber lo que pasa por la cabeza y el corazón de Aung San Suu Kyi debo entender que es posible que su lucha por la democracia estuviera centrada en los que ella considera auténticos Birmanos.
En este sentido, se pone de manifiesto que la noviolencia debe llevar a una defensa INTEGRAL de los derechos humanos. Aunque la lucha esté centrada a responder a un problema concreto, no puede haber parcelas morales sobre las que “no apliquen” los principios de la noviolencia porque al final, las incoherencias se pagan y toda la lucha puede quedar desautorizada. Lo mismo ocurre con otros referentes de la noviolencia cuyas posturas ante otros temas dejan mucho que desear.
Por otro lado, frente a la visión maniquea de los procesos de liberación que nos hace verlos como bellos cuentos en los que el bien acaba triunfando sobre el mal, la historia de la noviolencia siempre ha avanzado de forma escalonada; es el difícil equilibrio entre lo posible hoy y lo necesario.
Desde la distancia y sin conocer a fondo la realidad no podemos hacer un juicio definitivo aunque imaginamos ese difícil equilibrio. Quizá debamos aceptar que el primer escalón en Birmania es consolidar una democracia estable ante la constante amenaza de un ejército con ganas de volver al poder y claramente contrario a los Rohingya. Eso podría explicar que la propia Iglesia de Birmania le pidiera al Papa que en su visita no pronunciara la palabra maldita en su viaje como venía haciendo anteriormente. El Papa aceptó este requisito pero fue muy claro al decir que “el difícil proceso de construir la paz y la reconciliación nacional sólo puede avanzar a través del compromiso con la justicia y el respeto de los derechos humanos” “basado en el respeto por cada grupo étnico y su identidad”. Debemos valorar que el papa hay decidido ir a un país con el solo el 1% de católicos y sabiendo que no podía ser explícito, pero prefirió ir y desarrollar la diplomacia humanitaria que le caracteriza. Al final se las apaño para recibirles y el mismo lo explicó claramente a los periodistas en esta entrevista.
De hecho, el pasado septiembre Aung San Suu Kyi ya rompió su silencio sobre el tema, reconociendo que el gobierno no había podido parar el conflicto, condenando todas las violaciones de derechos humanos y comprometiéndose a llegar ayuda humanitaria y permitir el regreso de los refugiados “musulmanes”. En boca de un gobernante “al uso” sonarían como palabras vacías. Sólo el tiempo dirá si es un paso más en la consolidación de una democracia basada en los derechos humanos de todos o si es otro triste ejemplo de limitar la solidaridad a “los míos”.
Confiemos en que la noviolencia vuelva a encender una llama de esperanza en ese país.
Rodrigo del Pozo