Sobre la noviolencia y las acciones de independentistas en Cataluña.
Existe un principio moral básico que apunta al hecho de que todas las revoluciones suponen una revolución previa en lo más íntimo de quienes las inician. Surge de esta formulación una lúcida sospecha: toda propuesta de liberación social implica el esfuerzo personal por liberar el propio corazón. Hoy conocemos una larga y apasionante experiencia histórica que avala la eficacia de este planteamiento. Los grandes referentes de la noviolencia describen sus propios procesos internos como inseparables de sus hallazgos políticos. Los que, movidos por una cierta fascinación, hemos dedicado parte de nuestra vida a comprender, sistematizar y promover la noviolencia, no podemos dejar de asombrarnos de la eficacia de este planteamiento. No se puede explicar la noviolencia de Mandela prescindiendo de su esfuerzo por limar las asperezas de su propia alma durante los más de 27 años como recluso. “En la cárcel, mi odio contra los blancos se apaciguó, pero mi odio al sistema se intensificó” explicará al día siguiente de su liberación. Aprendió a distinguir entre el mal y las personas que lo encarnan. En la misma rueda de prensa en que hace esas declaraciones, se propone romper la espiral de violencia y sorprende a todos proponiendo igualdad para los sudafricanos negros y seguridad para los africanos blancos. Mandela, como todos los noviolentos, descubre que el odio sólo genera odio, y entiende que la noviolencia invierte esa lógica perversa.
En los últimos tiempos, la noviolencia es invocada también por muchas de las personas e instituciones involucradas en las manifestaciones en Cataluña, y eso, sin lugar a duda, es una buena noticia. Algunos artículos que han querido analizar las tácticas de protesta en Cataluña, citan al filósofo Gene Sharp, muerto hace apenas un año, como uno de los grandes inspiradores de las acciones. Aunque tengo en alta estima las aportaciones de este autor, creo que su lectura, aislada de la experiencia histórica específica de la noviolencia, corre el riesgo de perder la perspectiva del principio transformador del que partía esta reflexión. Y lo que es peor, puede comprometer el propio sentido de la noviolencia, que no es otro que intentar transformar la realidad con la Satyagraha (Gandhi dixit), es decir, la “insistencia en la verdad”. En este intento, cabe al menos platearse dos cuestiones:
1. Las tácticas de noviolencia que conocemos han sido desarrolladas fundamentalmente por pueblos o comunidades sometidos a dictaduras, a robos sistemáticos, a leyes injustas y a violencias de todo tipo organizadas desde el poder. Conviene resaltar que era, precisamente, la posición de debilidad de esos pueblos o comunidades, lo que les permitía profundizar y comprender la lógica de la noviolencia. La experiencia de los verdaderamente humillados desató la lucidez de una nueva forma de luchar que combinaba la moral y la eficacia. Hallazgo sin duda hermoso, ya que no sólo superaba las injusticias, sino que creaba un marco más elevado de justicia. La experiencia aconseja, por tanto, que cuando uno decide utilizar las técnicas noviolentas, ha de asegurarse de estar lo más cerca posible de los oprimidos. De lo contrario, la réplica puede acabar convirtiéndose en una caricatura. Así hemos podido ver cómo sindicatos de controladores aéreos, con sueldos de cientos de miles de euros, hacen huelgas laborales fuera del alcance de las mujeres que limpian sus aviones o sus casas; hemos visto a terroristas confesos hacer huelgas de hambre, y a dictadores organizar marchas “pacíficas” de apoyo a su persona. Lógicamente, la noviolencia en manos de estructuras violentas, deja de ser una estrategia moral, y pasa a ser una forma (inmoral) de legitimarse. Ese riesgo también existe en Cataluña debido, en gran medida, a la implicación al máximo nivel en la gestión del conflicto por los poderes fácticos de Cataluña, lo que incluye gran parte del engranaje institucional, para sus objetivos. Eso supone un grave problema en relación con una mayoría de la población que no quiere la independencia. Y más allá, esto plantea un enorme reto para los que quieren -los hay- desarrollar honestamente la noviolencia desde el independentismo. ¿Cómo mantener una estrategia noviolenta si una parte de los actores favorables a la causa se mueve en otras claves?
2. Conviene recordar que la noviolencia no se puede reducir a una simple táctica. La bondad y la eficacia de la noviolencia radican en que las tácticas son inseparables de un espíritu y una filosofía, que podemos resumir en tres claves:
a) “La verdad nunca perjudica a una causa justa”. Los noviolentos siempre han combatido la mentira, especialmente en sus propias filas, ya que saben que una victoria basada en mentiras necesitará la violencia para mantenerse.
b) Relación entre fines y medios. Es difícil ilustrarlo mejor de lo que Gandhi lo hizo: “los fines están en los medios como el árbol en la semilla”. No se pueden utilizar medios injustos para buscar la justicia. Si queremos una sociedad más justa, nuestros medios deben apuntar ya a ella. Esto, aunque los del adversario no lo sean, y quizás más aún cuando no lo son.
c) La noviolencia busca la reconciliación con el adversario, no su exclusión.
Conforme a este espíritu, hay un conflicto impostergable que se plantea con la independencia, y es entre los propios catalanes. Es lógico que el poder quiera minimizarlo, y subrayar (y fomentar) el conflicto con el Estado. Eso forma parte de toda lógica violenta. Pero el noviolento no puede pasar por encima de este hecho. ¿Cuál es el plan para el que no quiere la independencia?, ¿aceptamos su derecho a no querer librar esa batalla?, ¿negamos la fractura social? Una independencia noviolenta necesitará asegurarse de no hacer daño al que piensa diferente. Para ello, es imprescindible el diálogo. Muchos reclaman que haya diálogo, pero se refieren al diálogo entre fuerzas políticas. Algo que se antoja poco fructífero. Lo normal entre ellos, en el mejor de los casos, es el pacto, que en esencia se aleja de la noviolencia -recordemos que ésta busca la inclusión del adversario-. Sin embargo, queda por explorar un diálogo social que puede ser promovido por las instituciones sociales. ¿Cómo es posible que la Universidad, las parroquias o los centros culturales no sean espacios para avanzar en ese diálogo verdadero? He aquí una tarea imprescindible para la causa noviolenta.
Sin lugar a duda, la noviolencia es el camino. Una noviolencia que aspira a decir algún día, como el viejo Mandela que “la mejor manera de eliminar a un enemigo es convertirlo en amigo”
Moisés Mato López es miembro fundador del Colectivo Noviolencia; desde su profesión de dramaturgo y pedagogo, lleva más de 20 años de investigación, docencia y acción desde el enfoque de la noviolencia en España e Iberoamérica.
Estoy de acuerdo básicamente con el artículo. Lo único que no me cuadra es cuando se deja abierta la puerta a una «independencia noviolenta». Dado que, como ese expone, hay que estar abierto a la verdad, hay que combatir la mentira y no se puede pasar por encima de los que no quieren la independencia, yo creo que lo que todo diálogo debe llevar a descubrir que la independencia en sí no es ningún fin legítimo ni verdadero, es más, es una mentira en el mundo de hoy. Lo que es verdad es la interdependencia:
«La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos,» (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada de la paz 2019)