Jeny Castañeda (Colombia) estará en el Congreso Perdón, Reconciliación y Noviolencia
Finalmente Marguerite Barankitse no podrá venir al congreso de Perdon y Reconciliación. En su lugar contaremos con otro testimonio igualmente impresionante desde Colombia. Más info e inscripciones en https://congresosnoviolencia.com/
Jeny Castañeda, una lección de perdón
Hija de una líder social asesinada por los paramilitares, le ha enseñado al país que para perdonar se requiere más valor que para odiar.
La primera vez que Ramón Isaza, uno de los principales exjefes paramilitares, le pidió perdón a Jeny Castañeda por el asesinato de su madre, ella respondió con todo el dolor que había acumulado en su corazón: “Es que la mamá que mataron fue la mía, no la suya. Yo no lo perdono, pídale perdón a Dios”, contestó. “En ese momento, a mí no me corría sangre sino veneno. La verdad, mi corazón no estaba en capacidad de perdonar”, cuenta Jeny, una mujer menuda, que ha labrado un fuerte carácter después de acudir por años a las audiencias de Justicia y Paz para confrontar a los miembros de las Autodefensas, a quienes les exigió la verdad con llanto en los ojos, pero a quienes, finalmente, pudo perdonar.
Su madre, Damarys Mejía, era una aguerrida líder social de Puerto Triunfo (Antioquia). La noche que la mataron, el 17 de septiembre del 2001, lideraba la invasión de un terreno de la Hacienda Nápoles, por un grupo de personas que carecía de vivienda. “Creó dos barrios; en la creación del tercero fue asesinada”, recuerda Jeny. Damarys dejó tres hijos. Jeny, que entonces tenía 20 años, es la mayor. Sus hermanos tenían 15 y 16. Uno de ellos iba a encontrarse con su madre, cuando escuchó los seis disparos que les cambiaron la vida. “A la una y media de la mañana llegó a mi casa y me dijo: ‘Tata, nos mataron a la mamá, ¿qué vamos a hacer?’. Le pregunté que quién de la familia sabía, y respondió: “Usted es la primera en saberlo. Mamá dijo que si pasaba algo fuera y la buscara, que usted ya sabe qué tiene qué hacer”, recuerda.
No es que Jeny supiera exactamente qué hacer, pero unos días antes había hablado con su madre, quien, anticipando lo que venía, le pidió que mantuviera unida a la familia. Jeny asumió desde entonces esa responsabilidad y la de limpiar el nombre de su progenitora. Por eso se dedicó a exigir que se hiciera justicia en cada espacio al que pudo ir. Con un cartel que llevaba la foto de su madre y una camiseta que decía “Vivirás por siempre”, Jeny iba a todas las audiencias de Justicia y Paz, en las que se presentaban los jefes paramilitares. Ellos comenzaron a reconocerla, a fuerza de verla. “Siempre que a nosotros nos sacaban a algún lugar, la veíamos a ella con la cartelera de la mamá y siempre la identificábamos. Yo la veía siempre como una de las víctimas más fuertes, de un temperamento duro, incansable, luchando por la verdad, y pedía sin parar que le dijeran cómo sucedieron los hechos sobre su mamá”, afirma Oliverio Isaza, hijo de Ramón Isaza, que, a pesar de no estar involucrado directamente en el asesinato, se sentía también responsable.
En esa cruzada por la verdad, en septiembre del 2013, a Jeny le diagnosticaron cáncer de tiroides y, en medio del tratamiento, soñó con su madre. En el sueño, ella le dijo que Isaza la iba a buscar y que lo perdonara, porque ella ya lo había hecho. Pese a su incredulidad, lo que anunció en su sueño pasó unos días después, cuando los exparamilitares fueron llevados a Puerto Triunfo para identificar fosas comunes. Isaza la buscó, le pidió perdón de nuevo y le dijo que, tal como ella se lo había exigido, él rezaba un rosario todos los días, a las cuatro de la mañana, para pedirle perdón a Dios y para que ella y su madre pudieran perdonarlo. Jeny, conmovida, lo perdonó y unos días después fue a la cárcel Picota, de Bogotá, a encontrarse con los demás paramilitares. Lo que más los impresionó fue que ella les pidió perdón a ellos por haberlos odiado y haberlos querido matar.
“Es una decisión fuerte la que tomó ella de perdonar a los que le ocasionamos tanto daño. Muy pocas personas lo han hecho. Los pocos que lo han hecho dicen: ‘Yo los perdono’, pero nunca ha habido un diálogo tan sincero”, señala Isaza. Desde entonces, Jeny ha mantenido con ellos contacto. Han contado su historia de perdón en diferentes espacios y, actualmente, buscan crear una fundación que trabaje por las víctimas y los excombatientes. Como miembro de la Mesa de Víctimas, Jeny ha contado con el apoyo de la Unidad para las Víctimas, para llevar programas de atención psicosocial a los sobrevivientes del conflicto en su municipio, con el propósito de promover la reconciliación. “Mis planes eran que hubiera justicia por la muerte de mi mamá, pero muchas veces no es lo que uno quiera sino lo que Dios quiere. La gente a veces te señala y te juzga sin saber realmente lo que hay de fondo para haber perdonado. Si yo no hubiera vivido lo que viví con mi enfermedad, de pronto no lo hubiera hecho”, concluye Jeny.