La violencia siempre sirve al poder.
Moisés Mato. Colectivo noviolencia.
La polarización política, social y mediática tiene un fin muy claro: Sostener al poder.
No es lo mismo la izquierda que la derecha, no plantean lo mismo unos que otros, está claro. (La equidistancia no enfrenta el problema) Pero hay algo que les une: Los dos aceptan la dinámica de la polarización. Los dos la necesitan. De esta forma clausuran la razón y activan los sentimientos más primarios. A fin de cuentas, los representantes de los dos bandos, sean quienes sean, han sufrido un gran desgaste tras años en el poder y necesitan una masa acrítica que, aunque en su fuero interno viva en la sospecha permanente, al menos quieran rentabilizar tanta bilis acumulada y acaben apoyándoles. De esta forma se consigue que lo importante no sea estar a favor de uno sino en contra del otro. Hace falta un enemigo claro, y a ser posible malvado, para poder soportar las propias contradicciones. Llegados a este punto ¿Qué importancia tienen los hechos? Los dos grupos humanos (porque tienen que ser dos, claro), en la superficie, estarán enfrentados entre sí a muerte. Sin embargo, en lo profundo, los dos estarán de acuerdo en algo fundamental: La verdad no existe. Y si existe no importa. Lo que importa es que el otro ha venido al mundo para destruirnos. Llegados a este punto, unos y otros se atacarán con fuerza y de esta forma apuntalarán los pies de barro de este sistema, que necesita la confrontación y la mentira para sostenerse.
Cuando los argumentos de la izquierda a favor de la amnistía se basan en que la derecha también utilizó la amnistía a su conveniencia son tan repugnantes como cuando la derecha argumenta la violencia de un grupo terrorista como Hamás para justificar la violencia de un estado terrorista como Israel. Los dos se apoyan en una lógica perversa ya muy estudiada: La violencia de uno justifica la violencia del otro, la mentira de uno justifica la mentira del otro, la corrupción de uno justifica la del otro, … y así hasta la náusea. Lo cierto es que, en la historia, la violencia siempre acaba jugando a favor del poder. En este caso no cabe duda de que la sociedad española y el pueblo palestino serán las víctimas fundamentales. El poder real saldrá reforzado con la violencia que ineludiblemente necesita la mentira.
Es normal que el poder desprecie a los pueblos. Lo que no es normal es que los pueblos se desprecien a sí mismos. Hay muchas experiencias de acuerdo, convivencia y reconciliación protagonizadas por miles de personas “sin poder” en muchos pueblos de España en y después de la guerra civil, y por supuesto en y después de la transición. La dinámica habitual de los palestinos con los judíos antes de la creación del estado de Israel fue de convivencia y aceptación. En muchos casos, incluso después. Pero en un caso y en otro llegaron las imposiciones ideológicas, con marcados tintes identitarios, se activó la violencia física y se promovió la violencia de los grupos de poder del otro lado. De esta forma se pisoteó la libertad de los pueblos para protagonizar su destino.
Hoy en Palentina e Israel hay voces y grupos con propuestas sólidas de noviolencia que pueden aportar salidas a la masacre. En España hay experiencia de búsqueda del bien común que siempre es un antídoto a la violencia. A los pueblos no les interesa nunca la polarización sino el diálogo, especialmente entre los que piensan diferente. Así se humanizan las sociedades y se enriquecen las culturas. Y de paso nos acercamos a la verdad. La verdad, la terrible verdad que derrita los pies de barro de este sistema violento.